Hubo un tiempo en que el ejercicio de la Arquitectura era un acto minoritario. Los Arquitectos eran una especie de semi-dioses a los que rendían pleitesía el resto de sectores; la palabra de los regios Arquitectos eran tomadas como sentencia.
Por una parte esto tenía un lado bueno, o al menos justificable, ya que en el caso de tratarse de un buen Arquitecto, su autoridad se traducía en calidad arquitectónica y sus obras podían ser ejemplo de dignidad. Más aún si hablamos de Arquitectura con mayúsculas, ninguna gran obra se podría haber llevado a cabo sin una autoridad indiscutible por parte de su creador. Pero también estaba el caso de que el Arquitecto fuese malo, entonces la autoridad se convertía en tiranía en pro de un estatus más que de la búsqueda arquitectónica.
En la mentalidad actual no hay lugar para mantener esa posición de poder absoluto. Y no debemos llorar por los privilegios perdidos, pues no son más que eso, privilegios de burguesía adormecida.
Es mejor entender la situación actual como una oportunidad. Es la oportunidad de que los auténticos Arquitectos podamos demostrar nuestro valor, sin importar la posición. Es el momento de sacar el talento y recordarle al mundo porqué debe valorarte, es la oportunidad de dejar a un lado a los mediocres que no tengan nada que decir y nada que ofrecer.
Hoy en día ser Arquitecto no vale absolutamente nada, lo que vale es tener talento y creatividad y luchar por demostrarlo.
Se trata de que cada Arquitecto o cada creador, invente su propio mundo, su propio espacio creativo por reducido que sea y desde él explotar su talento.
Puede que en el pasado fuésemos el León de la Selva, pero llegó la excavadora del tiempo y destrozó aquella selva, de manera que ahora toca ser directores de nuestro propio plató. El que así lo entienda podrá seguir creciendo.
Como diría un amigo: “Sólo el conocimiento de la situación puede proporcionarnos reglas seguras de actuación, sin que caigamos en la improvisación ni en la frivolidad temeraria de la ignorancia”.
Me alegra saber que no somos nadie (una vez más), alegría de nuevas aspiraciones.